Comentario
El primer estilo, documentado hoy no sólo en Italia sino en España y en otros países, algunos tan distantes como Grecia, Turquía, sur de Rusia e Israel, es puramente arquitectónico, sin más aspiraciones figurativas que algunos casos anecdóticos de escasa entidad. La pared sigue siendo pared, aunque de aspecto muy suntuoso, como inspirada en los paramentos revestidos de mármoles y jaspes de los palacios helenísticos. Invariablemente se encuentra en su parte baja un zócalo liso, monocolor, por lo general amarillo. Sobre él se suceden ortostatos e hiladas de sillares modelados en el estuco pintado que recubre la modesta fábrica del muro. Las puertas y las pilastras que decoran los rincones y segmentos de muros de las salas contribuyen a reforzar la impresión de solidez arquitectónica de las paredes. Los sillares presentan una orla ancha, rehundida en sus bordes, como si fuesen almohadillados, y tonalidades distintas, alternadas: amarillas, rojas, negras, azuladas, jaspeadas, moteadas, como se ve en los atrios y peristilos de la Casa del Fauno y en la de Salustio, de Pompeya. Como marco de esta parte noble de la pared se encuentra en lo alto alguna moldura de estuco, sencilla o articulada (dentículos, cable, meandros, cimacio lésbico, etcétera). Por último, una franja continua de color azul sugiere el cielo diurno.
Los comienzos de este primer estilo están ampliamente documentados en el mundo helenístico a partir del siglo IV (Macedonia, Atenas, Thera, Delos, Priene, Pérgamo, Magnesia, Alejandría...) pero su apogeo se produce en época tardía, y concretamente en Pompeya en la segunda mitad del siglo II y primer tercio del I.